jueves, agosto 18, 2005

La huelga

En esos días no se podía hacer nada.
La gente protestaba en las calles, lanzaban bombas de vainilla, disparaban, gritaban y el señor presidente estaba en su villa paradisíaca bebiendo ron y tumbado en su hamaca milenaria, leyendo a Kafka y al principito porque nada es mejor que eso. veria por television los lios que habian, la gente que protestaba inutilmente, mientras se comia sus arepitas de yuca y su esposa se lo chupaba en la armoniosa paz del poder.
La huelga duro exactamente dos días. En otras ciudades se extendió una semana, dos semanas. ¿Pero a quien le importaba?
Yo quería estar ahí donde estaba la gente que gritaba y llevaba puñales apuntando hacia el palacio presidencial. no se, de unos años para aca se me ha metido un sentimiento nacionalista muy extraño...
Pero como dicen mis amigas: ¿que necesidad tienes? Así que me quedé en mi casa haciendo mas o menos lo mismo que estaba haciendo el presidente. Leía y bebía limonada, fumaba con la vecina hablando de nuestras soledades y en la noche me dormía para soñar como iba al frente de un pelotón de gente sin rostros, yo tampoco tenia, y corríamos sin detenernos, atravesando la tarde llena de sol, sin respirar, con los puñales levantados, con las voces quebradas en un solo grito.
Aquella sensación de unidad era espantosamente hermosa. Se sentía en el sudor y en el olor a multitud. Yo nunca he sentido algo así.
Y cuando llegábamos al palacio era lo mejor.
Entrábamos tumbándolo todo, destruyéndolo todo; cada estancia lujosa era pisoteada, cada cortinaje de 10000000 pesos era masticado y rasgado con uñas de rabia y hambre, cada escalera de mármol era convertida en escombros y aquella famosa sala de los espejos donde nos llevaron cuando estábamos en el colegio se rompía en añicos con patadas y sillas que volaban sobre las cabezas. Después nos deteníamos jadeando y subíamos al salón presidencial, entrábamos como sombras y lo veíamos.
-maricón!- alguien decía detrás de mi con la voz temblando.
Y El se quedaba ahí, inmóvil, con cara de cerdito bien comido y los ojos azules brillando de sorpresa.
-no te esperaba aquí. – me dijo.
-pues aquí me tienes. ¿Sabes a que vinimos verdad?
-no. no se a que viniste.
Su forma de hablarme en singular me asusto. Al mirar a mis compañeros vi un completo vació. No estaban. donde estaban?
¿Y ahora?
Sentí mi animo venirse abajo como las torres en New york, di un par de pasos hacia atras, tambaleandome y sin saber que hacer.
Y de repente el se echo a reír burlonamente y fue ahí que se jodió.
Endemoniada me lancé contra el. No vi nada. Fue como un destello de sangre sin lucha, ni oposición, pues a el no le dio tiempo a escapar de mi rabia y mi soledad. Se quedo inmóvil ante mi puñal que entro y salio de su barriga llena de caviar.
Después, al final, me veía correr sola con el puñal en la mano y llena de sangre.
Las calles estaban vacías, llenas de escombros, gomas quemadas y basura, pancartas, zapatos y silencio. Yo llegaba hasta mi casa donde estaban todos dormidos sin sospechar de mi crimen y me acostaba muerta del susto y sucia de sangre seca, sudor y miedo.
No se oía nada, ni siquiera mi respiración. Me sentía sola y abandonada por mis propios ideales, que habían muerto con mi crimen.
Y entonces despertaba mas sola todavía y sin gana alguna de pelear por nada.