Hay cosas, un poco maliciosas, que si ocurrieran hasta la persona más supuestamente noble y pura, se alegraría.
Ejemplo: Sabrina, que tiene tres meses haciéndose la coqueta mujer independiente siglo veintiuno uñas acrílicas tetas hechas pero no me importa porque al final tu también lo querías así política abogada y artista pero no es capaz de hacer una caricia sin calcular.
Sabrina tenía tres meses entregada a ese papelito de actriz de reparto, que tan bien han comenzado aplicar todas las mujeres, y yo solo podía mirarla, invitarla a salir para verla otra vez, llevarle algún que otro regalo y a la siguiente mañana mirarla nuevamente como tomaba su cafecito sin azúcar, se recogía el pelo en una colita despeinada y luego entraba simón con su cara de lindo y su pene siempre erecto y llegaba este Dionisio en versace y le decía:
-¿Sabrina amor me das mi chocolate?
Yo me quedaba todos los días sorbiendo de una taza de te ya vacía, solo para contemplar todos los días esta escena.
-¿Sabrina amor me das mi chocolate?
Esa frase me cautivaba. La decía siempre en el mismo tonito de un orgasmo. Apoyando en la barra el codo que tenia su mano izquierda, donde llevaba su brillante cartier, inclinando un poco la cabeza hacia la tonta camarera que se estaría seguramente imaginando que algún día aquella inclinación se volvería mas inclinada provocando la inclinación perfecta para besarla.
Pero como siempre, el volvió inmediatamente a enderezarse y abrió su diario, mientras ella se deba la vuelta parando, lo mas que podía el culo y disponiéndose para hacer el chocolate.
Yo, a dos bancos de simón, me fumaba con ansiedad disimulada una cajetilla interminable de cigarrillos y me fijaba de reojo en su traje impecable, su reloj que brillaba elegancia, su corte de pelo italiano, sus zapatos de piel de algún animal caro.
Lo miraba y pensaba: bueno la entiendo que lo mire más a el y hasta que lo mire demasiado y le putee todo el día porque hay que ser realista, yo nunca brillaré tanta perfección como este tipo. Ni que me paguen seré el pinocho de la modernidad. Y ella lo sabe perfectamente. ¿Pero y que? si se viniera un día conmigo no estaría nada mal-eso pensé mientras dejaba de idolatrar al Dionisio con la mirada y la seguía a ella, con un poco de dolor.
Asi que la segui mientras buscaba la taza más limpia. La vi secarla con detenimiento, colocarla con suave maternidad sobre el platillo. La vi servir la leche suspirando y echarle con sensualidad y gracia 5 cucharadas de chocolate, para finalmente con una lentitud de bruja haciendo una pócima secreta, mezclarlo.
Dionisio también la había estado observando entre MUEREN NO SE CUANTOS ARABES y EL DÓLAR NO SE QUE MIERDA, pero sin prestarle mucha atención.
Se daba cuenta de la situación pero tampoco intentaba aprovecharse en exageración de ella. No era un malon ni nada por el estilo. Simplemente quería su chocolate bien hecho en el menor tiempo posible. Así que de vez en cuando le coqueteaba un poco o le ponía conversación.
-¿y Don Pablo?-le preguntó esta mañana.
-Esta mucho mejor…anoche mismo lo trajeron a casa.- le respondió echando la crema un poco nerviosa pero evidentemente feliz de que su amor le hubiese por fin hablado.
Habían días que Dionisio no decía nada sumergido en su diario, y esos días Sabrina sufría un cambio de humor terrible.
El dia anterior precisamente, Simón se había estado completamente en silencio después de su frase clave. Escribiendo rapidísimo en su laptop espero su chocolate. Pidió luego unas tostadas, hizo un par de llamadas breves por el celular,pagó y se marchó sin dar siquiera las gracias.
Esta mañana al yo llegar, Sabrina todavía estaba herida y malhumorada. Me intento tratar como un extraño o mas bien como uno que va a pedirle limosna.
-hola sabri, que hay
-bien.
Ojeaba una revista y ni siquiera me pregunto si quería algo.
-Me sirves por favor mi te.- le dije después de esperarme 5 minutos sin lograr que la chica alzara la vista de su cosmopolitan.
-uff! Espera un segundo
Liana, la otra chica me saludo con la mano pero no hizo nada porque sabia que yo me atendía solamente con sabrina.
Me espere pacientemente mientras ella leía totalmente concentrada y se rascaba distraídamente el cuello. Anotaba algo en la revista seguro haciéndose algunos de esos test ¿Eres buena en la cama o eres romántica Y paranoica? Descubre tu personalidad de Gata!
Me senté, prendí un cigarrillo, pensé en que tenia que llamar a mi madre.
En esas Simón entró.
Con su luz y su perfumado aura la despertó de su letargo y antes de que el llegara hasta la barra Sabrina había cerrado la revista, la había escondido conciente de que para un hombre como el, leer una superficial cosmopolitan era de mal gusto, se había retocado los labios y se había acomodado el sostén. Me quede atónito ante la velocidad y al mismo tiempo discreción que oscilaba en la invisibilidad, de sus movimientos.
-¿Sabrina amor me das mi chocolate?
-Como no, sr. Simón.
Hasta de sr. Lo trataba. Pero que putas son las mujeres! Es increíble.
Me quede inmóvil viendo como la chica comenzaba a moverse sin hacerle esperar ni medio micro segundo, mientras que a mi no me había puesto ni un sobrecito de azúcar delante.
Había terminado de echar la crema, y ahora le agregaba con cara de experta un toque de canela. Simón cerró despacio el diario y la miró con aquella mirada felina que la ponía loca. Aquello fue único.
Ella había agarrado la taza y con exagerada coquetería la había levantado y mirándolo como quien ha encontrado un salvavidas cuando ya se creía ahogada se topó de lleno con aquella mirada de gato salvaje inesperada que ocurría los jueves o los viernes pero nunca un martes y llena de recobrada confianza dio su primer paso hacia el lado de la barra desde donde el la vio no apoyar bien su taconcito marrón y este zafársele. Su rodilla se fue hacia la izquierda mientras su carita de sexy habia mutado hacia una expresión de pánico y vergüenza, en tanto que el gritaba MIEEEEEERDA NOOOOOO al ver que de la mano que tanto soñaba con hacerle una paja se escapaba la taza que decia Drink my algo y toda aquella exquisita leche caliente con chocolate preparada con tanto esmero, se derramaba en chorros sobre su blusita de camarera exitosa, salpicando en grandes gotas de formas extrañas en la camisa impecable de Simón.
Me eché a reir ruidosamente y les pase una servilleta.
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